El Palacio de Carondelet es la sede del Gobierno de Ecuador y residencia de sus presidentes. Es también la pieza basal del imponente centro colonial de Quito. Con más de 200 años de historia, el edificio es rico en anécdotas. Los vecinos recuerdan que en 1875 un presidente murió a machetazos frente a uno de sus paredones víctima de los celos de un soldado al que abandonó su mujer. O que, en los años dorados, los invitados internacionales caminaban sobre una alfombra roja hasta el hotel Savoy, un antiquísimo edificio reconvertido en oficinas. O que el presidente estadounidense Richard Nixon se afeitó en la barbería que funcionaba casi oculta entre una docena de comercios cavados en la fachada de piedra. Desde enero del año pasado, todo ha cambiado. Ya no hay barbería, comercios de bagatelas ni alfombras rojas. Carondelet lleva poco más de un año rodeado de vallas de metal, cerrado a la plaza y apenas iluminado. El entorno ha perdido brillo y también alegría. La culpa la tiene la violencia, que se ha disparado hasta límites inimaginables en muy pocos años.