Deborah define como una forma de tortura lo que tuvo que experimentar en Florida por la regulación del aborto en ese Estado. Esta mujer, que prefiere ocultar su apellido por motivos de privacidad, gestó un hijo sin riñones y condenado a muerte durante tres meses eternos tras un diagnóstico sin esperanza en la semana 23ª del embarazo. “Cuando me entregaron a mi bebé recién nacido ya estaba frío y azul”, continua el relato de la mujer con voz entrecortada en una videollamada desde su casa de Lakeland, en el centro del Estado, donde todavía se está recuperando del golpe de dos huracanes hace unas semanas. Como si la experiencia traumática no hubiese sido suficiente, ahora Deborah revisita y comparte su historia. El objetivo, está convencida, lo vale: que otras mujeres no tengan que pasar por algo similar.