Las elecciones presidenciales venezolanas del 28 de julio de 2024 constituyen, a nuestra manera de ver, un parteaguas en nuestra historia reciente. Ese día, Venezuela cambio. No obstante, el desconocimiento permanente de la Constitución, el ventajismo, los atropellos, la persecución, el encarcelamiento y la desaparición de dirigentes y activistas políticos que aún hoy continúa; los venezolanos transitamos, una vez más, la vía electoral para poner fin al régimen chavista. Quedó demostrado y comprobado, como nunca antes, ante propios y extraños, el rechazo contundente del pueblo a Nicolas Maduro. La victoria fue obra de todos, pero es necesario destacar el liderazgo unitario, valiente e inteligente de María Corina Machado, así como la disposición patriótica, serena y dialogante de Edmundo González.
Por otra parte, no obstante, la complejidad e incertidumbre de la realidad internacional, en un mundo globalizado que ha visto retroceder las democracias; la comunidad internacional y muy especialmente, las democracias del mundo reconocieron como presidente electo de la República de Venezuela a Edmundo González Urrutia. Muy pocos y cada vez más tímidamente, son los que apoyan al usurpador.
Maduro continúa
Aunque cualquier circunstancia puede convertirse en el detonante de su final, Maduro sigue en el poder. La destrucción nacional continua. El dictador se niega a dejar Miraflores. Se resiste a negociar su salida. Ciertamente, ostenta un poder disminuido, desconocido por el mundo y deslegitimado por la voluntad popular, pero allí sigue, continuando la estrategia del miedo llevada a extremos nunca vistos en Venezuela.
La violencia, el desconocimiento absoluto de los derechos ciudadanos que convierte a sus adversarios, que prácticamente somos todos, en enemigos a los que califica de terroristas y vendepatrias, se profundiza. Al mismo tiempo, mientras la miseria y el empobrecimiento aumentan a la par del número de presos políticos, desaparecidos y perseguidos, el dictador promueve la desesperanza, buscando paralizar la lucha democrática y reducirla a su conveniencia. En el desarrollo de su estrategia de miedo y desesperanza, ha convocado a “elecciones” parlamentarias y regionales que pretenden hacernos olvidar la voluntad soberana expresada, convencernos que salir del dictador es imposible, que estamos solos y ellos son poderosos, pueden destruir todo lo que se les oponga porque son los dueños de nuestro destino, nunca retroceden y siempre ganan.
Los nuevos subalternos
En la búsqueda del deleznable objetivo han logrado el apoyo o, mejor dicho, la sumisión de nuevos subalternos que en algún momento fueron opositores, pero que hoy no consiguen explicar y mucho menos convencer con su incorrecta conducta. Lo cierto es que estas “elecciones” más que legitimar democráticamente al régimen, probablemente pretendan con la también anunciada reforma constitucional, buscar una legitimidad revolucionaria. Ambas son imposibles de alcanzar a estas alturas de este proceso decadente de la patria donde la revolución imposible ya es cosa del pasado. Lo que si lograrán es evidenciar la complicidad de unos, el error de otros y la falta de apoyo popular a las iniciativas electorales del dictador.
Los sucesos de hoy pueden también ayudarnos a explicar muchas de las dificultades que, en más de dos décadas, hemos tenido para salir del régimen oprobioso. Se ponen de manifiesto, sobre todo, cuando vemos a los ex candidatos presidenciales, opositores de ayer, que tuvieron gran apoyo popular que los convirtió en esperanza de cambio, participar de esta farsa electoral.
Finalmente, ha caído el camuflaje y lamentablemente, los ex candidatos presidenciales colaboran con el dictador. Apuestan al éxito de la desesperanza por considerarla su única posibilidad de resurgir y alcanzar de nuevo el liderazgo opositor perdido, el cual recuperado les permitiría automáticamente, creen ellos, volver a ser alternativa frente al dictador.
Paradójicamente, si bien Capriles y Rosales dicen ser opositores que desconocen el resultado electoral del 28 de julio anunciado por el Consejo Nacional Electoral, ya no se atreven a hacerlo expresamente. Ya antes se negaban a aceptar que las elecciones primarias habían sepultado sus acuerdos con el régimen y señalado, claramente, que la Venezuela democrática se había inclinado abiertamente por la propuesta y el liderazgo de María Corina Machado, hoy consolidado. Por supuesto, Rosales y Capriles serán acompañados, como muchas otras veces, por algunas “figuras prominentes” que dicen ser opositores o apolíticos. Entre ellos, estarán abierta o encubiertamente, buena parte de la nueva elite económica corrupta, pragmáticos escribidores a su servicio, así como algunos exponentes de círculos mediáticos y culturales convertidos hoy en simples propagandistas. La mayoría de las veces será por “unas cuantas monedas” o por el muy popular “¿cómo voy yo allí?”, antes que por democrática convicción. Sin embargo, como siempre, lamentablemente, también hay algunos pocos que lo harán por error, ingenuidad o ingente necesidad.
¿Qué hacer?
Creemos que para salir de la dictadura continúan siendo prioridad la conciencia plena del momento en el cual estamos, de las circunstancias nacionales e internacionales muy complejas que vivimos, así como de la siempre necesaria unidad de la Venezuela democrática y también observar atentamente a nuestros dirigentes y a su actitud frente a la tiranía.
La unidad democrática
Por supuesto, el restablecimiento de una Venezuela donde todos podamos vivir dignamente, supone unidad, que no quiere decir unanimidad, en torno al objetivo inmediato que no puede ser otro que la salida de Maduro. Pensamos que es evidente y así lo demuestran claramente los hechos y sondeos de opinión pública que, para los venezolanos, Edmundo González es el presidente electo y María Corina Machado representa, en este momento, la unidad de la Venezuela democrática. Cuentan, además, con el respaldo de la plataforma de unidad democrática que agrupa a la gran mayoría de las organizaciones políticas opositoras.
Es nuestro deber ciudadano continuar, en medio de las complejas circunstancias del mundo de hoy, debilitando hasta el final al régimen oprobioso, bajo la hábil y admirable conducción de María Corina Machado.
Otras premisas fundamentales
También, a nuestra manera de ver, han sido y son premisas fundamentales para salir del usurpador, estar consciente de la naturaleza dictatorial (o si lo prefieren tiránica o delincuencial) del régimen, tener un claro deslinde con la dictadura, y un liderazgo con fuerza moral.
Estamos en dictadura
Es preciso recordar que si no sabemos dónde estamos difícilmente podemos ir a alguna parte. A nuestra manera de ver, vivimos desde hace ya bastante tiempo una dictadura que tortura. El régimen, dentro de su desfigurada cobertura ideológica que poco tiene que ver con las propuestas de ayer de “Socialismo del Siglo XXI”, mucho menos con los postulados de la Constitución de 1999, se limita a buscar mecanismos de todo tipo para mantenerse en el poder. También hay un cambio en el lenguaje de los “revolucionarios” de ayer. Evitan usar, como antes lo hacían, denominaciones como democracia participativa y protagónica. Continúan hablando de antimperialismo, aunque a ratos usen un lenguaje respetuoso y de apertura con el nuevo presidente norteamericano buscando su apoyo para mantenerse en el poder. Por supuesto, continúan diciendo que las sanciones son la causa de todos los problemas sociales y económicos de Venezuela, incluyendo la emigración, antes que la consecuencia de sus ejecutorias.
Por su parte, los nuevos subalternos del régimen comparten la posición con respecto a las sanciones y en su blanda crítica evitan usar el termino dictadura. Prefieren, hablar de autoritarismo y matices similares a tal punto que un observador que desconozca el contexto, pensaría que están refiriéndose a las naturales imperfecciones de una democracia. También hablan de espacios, de espacios que es necesario ocupar. ¿Necesarios para qué? nos preguntamos.
Recordemos, que en democracia la búsqueda de acuerdos y consensos en procura del bien común debe ser permanente. En una democracia solo es posible acceder al poder legítimamente mediante elecciones libres. Por el contrario, frente a una dictadura, y la de Maduro lo es, la polarización es inevitable, imposible ser neutral. Estás a favor o en contra de los opresores.
En una dictadura, la participación electoral es un asunto de conveniencia. Se participa si las elecciones pueden conducirnos al poder, avanzar en su consecución o desenmascarar el carácter del régimen.
Evidentemente, estando en dictadura, en el caso de las elecciones parlamentarias y regionales del 25 de mayo (o para después, nunca se sabe) la única opción democrática es abstenerse.
No obstante, quienes ayer pudieron gozar de nuestra confianza se empeñan en reducir los problemas de la Venezuela de hoy a decidir entre participar o no en unas elecciones que no se elige y cuyos resultados ya conocen, pero que seguramente les debe deparar a sus promotores y allegados, cargos y prebendas, aunque no conducirá, ni siquiera nos acercará al desalojo del tirano de Miraflores, y poco servirán para probar lo ya demostrado hasta la saciedad, el carácter dictatorial del régimen.
Sin embargo, constatamos que hasta la expresión dictadura ha desaparecido del lenguaje “opositor” de quienes aspiran a ser “electos” o designados por el tirano para ocupar determinados cargos en las “elecciones” de este mes. En definitiva, consideramos que cualquier estrategia de acceso al poder debe partir de la constatación de la existencia de una dictadura que tortura y desconoce los derechos fundamentales.
Por supuesto, no nos confundamos. La existencia de partidos que critican al régimen no es demostración de la existencia de un sistema democrático. Ya ocurría en el siglo pasado en algunos países comunistas de Europa oriental que permitían una oposición siempre y cuando no constituyese una amenaza real para la continuidad de los opresores.
El Nuevo Tiempo y Capriles
Entre nosotros, tenemos un buen ejemplo con el partido Nuevo Tiempo, siempre formalmente en la oposición nacional, pero habitualmente colaborando con el régimen.
En los primeros años del gobierno de Chávez sumaba sus votos al chavismo en el parlamento y después, para solo hablar de algunas ocasiones, sus inexplicables posiciones y ausencias en importantes decisiones de la Asamblea Nacional de 2016 lo delatan.
Distinto es el caso de Capriles Radonski, excelente candidato que lamentablemente no llegó hasta el final y después, con un liderazgo disminuido, comenzaría a transitar caminos indebidos que nos recuerdan sus no muy virtuosos inicios en la política.
También es evidente que ambos ex candidatos presidenciales actúan coordinadamente, desde hace bastante tiempo, para cumplir con acuerdos con el régimen para la realización de elecciones condicionados a una candidatura opositora que debería ser la de alguno de ellos, pero que no pudo ser.
Deslinde claro con el régimen
Para salir de Maduro es necesario un deslinde claro de la oposición democrática con la dictadura, lo cual además y es fundamental, sea así percibido por nuestro pueblo y aliados internacionales. Dicho de otra manera, no basta serlo, sino también parecerlo.
Deslinde claro no significa cerrar las puertas al dialogo en función del objetivo común que en las circunstancias actuales no puede ser otro que acordar la salida del dictador. Por supuesto, deslinde claro tampoco significa negociar con el régimen parcelas de poder para fortalecer la clientela política mediante la repartición de cargos y prebendas que permitan al dueño de la clientela esperar tranquilamente que las condiciones políticas cambien o mejoren para ir ampliando sus parcelas o negocios como pretenden los ex candidatos presidenciales.
Por supuesto, entendemos lo difícil que es el ejercicio de la política en función del bien común para quienes son básicamente “hombres de negocios” o simplemente, reducen la política a lo electoral y clientelar. Conciben, la política como una técnica para alcanzar el poder acumulando fuerzas mediante la ocupación de espacios y recursos que les permiten cultivar y mantener su clientela a base de cargos, favores y contratos, que luego se traduce en respaldo político electoral. Por supuesto, cuando no hay elecciones, no habiendo nada que repartir y siendo la electoral la técnica que mejor dominan, quedan fuera de juego desmovilizándose políticamente.
También entendemos, pero obviamente no justificamos, que dicha manera de hacer política que antepone al bien común, egoístas intereses, alejados de principios y valores, encuentra terreno fértil en una Venezuela empobrecida en todos los sentidos y llena de necesidades de todo tipo.
No obstante, es necesario y es nuestro deber, para decirlo en palabras de Maritain, identificar tantos falsos profetas, viejos y nuevos, que pretenden dirigirnos para colocarnos al servicio de intereses mezquinos, vanidades y negocios ajenos.
Fuerza moral
Finalmente, y no por ello menos importante, necesitamos una dirigencia con profundo compromiso ético. Un liderazgo alejado de prácticas corruptas que con su honesta conducta fortalezcan moralmente la lucha contra la dictadura. Es un asunto existencial, una cuestión de principios. También una necesidad práctica.
El esfuerzo por realizar, requiere entereza cívica, desprendimiento ciudadano permanente y profundas convicciones. Así, será más fácil para nuestro pueblo identificar y cada vez más redoblar su apoyo a los políticos que como Juan Pablo Guanipa y muchos otros, le sirven con desprendimiento, disposición y heroísmo. Subordinar la acción política a la ética es requisito fundamental para la reconstrucción de la patria herida.
Por supuesto, parte fundamental de la lucha democrática contra la dictadura es también mantener siempre presente a los perseguidos y presos políticos. Debemos apoyar a las organizaciones que trabajan por atenuar los sufrimientos de los venezolanos, especialmente a los defensores de derechos humanos.
Concluimos, recordando al Papa Francisco quien en discurso del 23/11/2018 a los miembros de la Fundación Giorgio La Pira afirmaba que debemos “estar alerta frente a esas situaciones negativas que san Juan Pablo II definió como «estructuras de pecado» (ver Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 36). Se trata de la suma de factores que actúan en dirección opuesta a la realización del bien común y del respeto por la dignidad de la persona. Se cede a esas tentaciones cuando, por ejemplo, se busca exclusivamente el beneficio personal o de un grupo en lugar del interés de todos; cuando el clientelismo prevalece sobre la justicia; cuando el apego excesivo al poder bloquea de hecho el recambio generacional y el acceso a los jóvenes. Como decía Giorgio La Pira: «la política es un compromiso de humanidad y de santidad». Por lo tanto, es un camino exigente de servicio y responsabilidad para los fieles laicos, llamados a actuar cristianamente en las realidades temporales como enseña el Concilio Vaticano II (cf. Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 4).
Abril de 2025.