Mahmud Salah Abdelnafah duda y se mantiene en silencio, asustado y con la mirada perdida. Su madre, que jamás pensó que lo vería salir con vida del infierno de la cárcel siria de Saidnaya, le dice: ¡Cuéntalo todo! ¡Todo! ¡Ya no tienes nada que temer! ¡El régimen [de Bachar el Asad] se ha ido y no va a volver!”. Minutos después, libera la palabra, pasando de los monosílabos a los relatos. Y al día siguiente, vuelve —por vez primera como hombre libre— a la prisión en la que sobrevivió siete años, convertida en símbolo de las atrocidades de medio siglo de dictadura en Siria de los El Asad, padre (Hafez) e hijo (Bashar). La cárcel recibió en los casi 14 años de guerra el calificativo de “matadero humano”, por los cadáveres que partían diariamente hacia unas fosas comunes cuya dimensión también descubre estos días la nueva Siria, como si despertase de una larga pesadilla. A la entrada de Saidnaya, alguien ha hecho una pintada: “Ni olvidamos, ni perdonamos”.